Nació en la región de Santo-Menehould, en Francia, a mediados del siglo XVII. Con 19 años ingresó en un convento de monjes benedictinos, donde estuvo una década antes de ser trasladado a la abadía de Hautvilliers, en
la región de Champagne. Allí se le encargó la tarea de
custodiar los sótanos de la bodega.
Se dice que
Dom Perignon era ciego, o casi ciego, un problema que hizo que tuviera muy
agudizados los demás sentidos, sobre todo el olfato y el oído. Un día sin determinar de la primavera de 1670, por casualidad, oyó una explosión lejana entre las botellas. Acudió hacia donde se había producido el ruido y, palpando el suelo, se dio cuenta de que una de
las botellas de vino había explotado durante su crianza. A cuatro patas, según cuentan, lamió el líquido desparramado en el suelo. Le supo raro y abrió una de las botellas para catar más. Lo que en ese momento sintió sólo se puede explicar replicando las palabras que el propio monje pronunció:
“¡Estoy bebiendo estrellas!”. Las estrellas a las que el benedictino se refería eran las
burbujas que estallaban en su boca, bolsas de aire producidas por la fermentación de los azúcares y levaduras del vino que se reactivaron aquella cálida primavera.
Las botellas de esa producción no eran muy resistentes y él lo sabía. ¿Qué ocurriría si hubieran sido de un cristal más grueso? ¿Se evitaría que explotaran preservando así esas burbujas el tiempo que hiciera falta? Dom Perignon, una persona muy curiosa y un investigador nato, se hizo con una serie de botellas mucho más resistentes.
Pero, ¿cómo taparlas? Desde luego necesitaba algo mucho más consistente que la cera que se usaba por entonces. Cuenta la historia que, mientras le daba vueltas al asunto, recordó haber visto tapar con corcho las cantimploras de unos visitantes del monasterio de Sant Feliu de Guixols (España). ¡Eureka! El corcho era el material perfecto para guardar las estrellas… La corona de alambres sobre el corcho que aún hoy vemos en los champanes y cavas también es producto de la investigación de Pierre Perignon.
Además, el abad seleccionó las cepas que darían forma al producto de su cuvée (bodega) y tan bien lo hizo que, en el año 1794, la casa
Moët et Chandon compró los viñedos de la abadía para quedarse con ese trocito de la Historia del vino.
Dom Perignon fue enterrado en Epernay (Francia) entre vides, justo como él quiso.
¿No creéis que fue un personaje magnífico?
Fuente: malditafiloxera.com